
En nuestros días y en nuestra cultura, los celos son una emoción despreciable y despreciada. La persona misma en su globalidad queda descalificada si se etiqueta como celosa.
Y esto porque los celos guardan cierta relación con el dolor, con las agresiones, con las invasiones interpersonales, con la desconfianza, con la inseguridad, con la traición, con el conflicto en pareja, etc.
Todo ello, curiosa y paradójicamente, a pesar de que estamos en un momento histórico de revitalización del modelo amoroso conocido como, amor-pasión. Lo cual viene acompañado del incremento de la deseabilidad de determinados valores morales como: la fidelidad, posesión, abstinencia. El ardor emocional y la sacralización de la sexualidad.
Como luego diremos hay una relación entre amor y celos, de suerte que cuanto más apasionado es el primero, más pasionales suelen ser los segundos. En cualquier caso y al margen de la posición social que los celos ocupen en el ranking de las emociones. Lo cierto es que existen y seguirán existiendo.
Pero aclarados esos puntos, variados y variables en cada sujeto y en cada relación, podríamos afirmar que todos somos celosos. O mejor, que todos sentimos celos. O incluso más, que todos sufrimos de celos.
Los celos, como ocurre también con otras emociones, producen dolor. Paliar este sufrimiento individual, marital y social puede ser labor de profesionales de la sexología que trabajan con parejas.
Los celos no son una enfermedad, ni un rasgo de personalidad, ni un valor, ni un defecto, ni una medida del amor en pareja. Los celos son simplemente una emoción. Una de las emociones humanas básicas y universales. Por lo tanto, ocurren, o pueden ocurrir, a cualquier persona, en cualquier cultura.
En rigor, cuando decimos que alguien es un celoso, no estamos tanto definiendo la emoción que siente, ni la intensidad de la misma. Sino su déficit de gestión de esta emoción. poco consciente de sus carencias y escaso control de sus emociones en general.
A menudo se siente frágil y vulnerable en la intimidad, muy dependiente emocionalmente y por ello muy limitado en su actividad autónoma. Muy necesitado de la aprobación del otro, y por supuesto de su valoración muy expresa.
Suele necesitar altas dosis de pasión y romanticismo para creerse los sentimientos del otro. Además, suele tener una muy baja autoestima y un pobre autoconcepto general. Con mucha frecuencia en mujeres una imagen corporal negativa, en resumen, son personas que creen no merecer ser amadas.
Ester Pérez Opi
Biko Arloak, Centro de Atención a la Pareja. Bilbao.