
En el lenguaje cotidiano hay cosas realmente muy llamativas, Y una de ellas es esa frase tan común con la que, ante cualquier fallo de alguien, comentamos: Eso es muy humano.
Alguien hace trampas en un examen o en un concurso y decimos: Es muy humano. Otro defrauda al Fisco y explicamos Es humano. Un hombre celoso hace la vida imposible a su mujer y comentario al canto: Es muy humano.
Tras un fracaso, alguien se viene abajo y se sumerge en la amargura, y le compadecemos con un es humano. Curiosamente llamamos humanos sólo a nuestros vicios y carencias. Incluso, a veces, ese humano se convierte en sinónimo de animal.
Parecería que lo propio del hombre es lo bajo, lo caduco, lo que le aleja de las cumbres. Pero… ¡si realmente lo humano es lo que nos diferencia del animal! ¡Si lo humano es la razón, la voluntad, la conciencia, el esfuerzo, la santidad! Eso es lo verdaderamente humano.
Humana es la inteligencia que hace del hombre un permanente buscador de la verdad, un ser ansioso de claridad, un alma hambrienta de profundidad. La voluntad es humana, el coraje, el afán de luchar, el saber sobre- ponerse a la desgracia, la capacidad para esperar contra toda esperanza.
También humana es la conciencia que nos impide engañarnos a nosotros mismos, la voz que desde dentro nos despierta para seguir escalando, la exigencia que nos impide dormirnos.
Efectivamente, es mucho poder decir de un ser humano que ha logrado esa doble maravilla que el sol arda en sus manos y que haya sabido repartirlo. No sé cual de las dos hazañas es más prodigiosa.
Naturalmente, cuando hablamos de que a alguien le arde el sol en las manos lo que estamos diciendo es que tiene la vida llena, radiante, que sus años han sido iluminados como antorchas, que tuvo una gran ilusión que dio sentido a sus horas, que estuvo vivo, en suma.



