
Nunca sabremos bastante como para renunciar a la búsqueda de un sentido más preciso de lo real: pero ahora sabemos tan poco, y lo sabemos tan mal, que dar por cerradas algunas cuestiones resulta un auténtico disparate.
Somos verdaderos primitivos, por más que nos guste presumir de estar de vuelta y dedicarnos a tareas más gratificantes que la de comprobar con lucidez cuales son los límites de nuestras respuestas.
El tema de la mente o del alma, que por el momento tanto da, es uno de los más antiguos del pensamiento humano. A lo largo de la historia occidental se han vertido ríos de tinta en torno a esta cuestión que, además, suele confundirse con algo más que un mero problema filosófico.
Lo que se pueda decir acerca del alma, o acerca de que no existe nada como eso, no afecta únicamente a una determinada esfera de la realidad, sino que implica una visión completamente distinta de la realidad entera.