
La justificación es una forma de defender o explicar nuestras acciones o decisiones, buscando evitar las consecuencias negativas o el juicio de los demás. A veces, la justificación puede ser necesaria o razonable, cuando se trata de aclarar un malentendido o de expresar nuestros motivos legítimos.
Sin embargo, muchas veces la justificación se usa para realizar o tapar una mala acción, para evadir nuestra responsabilidad o para culpar a otros de nuestros errores. Esta es una mala actitud que debemos evitar, ya que nos impide reconocer nuestras faltas, aprender de ellas y mejorar como personas.
La justificación en la Biblia
La Biblia nos enseña que Dios es justo y misericordioso, y que quiere que nosotros también lo seamos. Por eso, nos pide que reconozcamos nuestras faltas y que pidamos perdón, tanto a Él como a las personas a las que hemos ofendido. Así lo dice el salmista: «Reconoce, pues, tu pecado ante el Señor, y él te perdonará todas tus maldades» (Salmo 32:5). También lo dice el apóstol Juan: «Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonarnos los pecados y limpiarnos de toda maldad» (1 Juan 1:9).
Sin embargo, muchas veces nos resistimos a admitir nuestros pecados, y preferimos justificarnos o excusarnos. Esto es lo que hicieron Adán y Eva cuando desobedecieron a Dios en el jardín del Edén. En lugar de arrepentirse y pedir perdón, Adán culpó a Eva, y Eva culpó a la serpiente (Génesis 3:12-13). Esto también es lo que hizo el rey Saúl cuando desobedeció el mandato de Dios de destruir completamente a los amalecitas. En lugar de reconocer su error y humillarse ante Dios, Saúl se justificó diciendo que había obedecido en parte, y que había reservado lo mejor del botín para ofrecérselo a Dios. Por esta actitud, Saúl perdió el favor de Dios y su reino (1 Samuel 15:13-23).
La Biblia nos advierte que la justificación es una forma de engañarnos a nosotros mismos y de alejarnos de Dios. Como dice el proverbio: «Hay camino que al hombre le parece derecho; pero su fin es camino de muerte» (Proverbios 14:12). También dice el profeta Isaías: «¡Ay de los que llaman al mal bien, y al bien mal; que hacen de la luz tinieblas, y de las tinieblas luz; que ponen lo amargo por dulce, y lo dulce por amargo!» (Isaías 5:20). Por eso, debemos ser sinceros con nosotros mismos y con Dios, y no buscar justificaciones para nuestros pecados.
La justificación en la vida cotidiana
La justificación no solo afecta nuestra relación con Dios, sino también nuestra relación con los demás y con nosotros mismos. En la vida cotidiana, podemos encontrar muchos ejemplos de cómo la justificación se usa para realizar o tapar una mala acción, para dañar a otros o para evitar el cambio.
Por ejemplo, una persona puede justificar su infidelidad diciendo que su pareja no le presta atención, no le satisface o no le comprende. Así, trata de minimizar su culpa y de culpar a su pareja por su decisión. Sin embargo, esto no solo es injusto e irrespetuoso con su pareja, sino también consigo mismo, ya que se niega la oportunidad de resolver los problemas de su relación o de terminarla de forma honesta y digna.
Otro ejemplo es el de una persona que justifica su violencia diciendo que fue provocada, que actuó en defensa propia o que solo respondió como le enseñaron. Así, trata de desviar la atención de su conducta agresiva y de las consecuencias que tiene para sus víctimas. Sin embargo, esto no solo es cruel e inhumano con los demás, sino también consigo mismo, ya que se niega la posibilidad de controlar sus impulsos, de expresar sus emociones de forma sana y de convivir pacíficamente con los demás.
Un último ejemplo es el de una persona que justifica su fracaso diciendo que no tuvo oportunidades, que tuvo mala suerte o que fue víctima de una injusticia. Así, trata de evitar el dolor y la frustración de no haber logrado sus metas y de culpar a las circunstancias o a los demás por su situación. Sin embargo, esto no solo es deshonesto e ingrato con los demás, sino también consigo mismo, ya que se niega la capacidad de aprender de sus errores, de superar sus obstáculos y de buscar nuevas alternativas.
Cómo evitar la justificación
Como hemos visto, la justificación es una mala actitud que debemos evitar, ya que nos impide crecer como personas y tener relaciones sanas con Dios y con los demás. Pero, ¿cómo podemos evitar la justificación? Aquí te damos algunos consejos:
- Sé consciente de tus acciones y decisiones. Antes de hacer algo, piensa en las razones por las que lo haces, en las consecuencias que tendrá y en si es lo correcto o no. No actúes por impulso, por presión o por conveniencia.
- Sé responsable de tus acciones y decisiones. Después de hacer algo, asume las consecuencias que tenga, tanto positivas como negativas. No trates de evadir tu responsabilidad o de culpar a otros por lo que hiciste. Reconoce tus aciertos y tus errores.
- Sé humilde y pide perdón. Si has hecho algo malo o has dañado a alguien, reconoce tu falta y pide perdón sinceramente. No trates de justificarte o de minimizar el daño que causaste. Busca reparar el daño y restaurar la relación.
- Sé valiente y cambia. Si has cometido un error o tienes un defecto, no te conformes con ello ni lo repitas. Busca aprender de tu experiencia y mejorar como persona. Busca ayuda si la necesitas y proponte cambiar.
Conclusión
La justificación es una mala actitud que debemos evitar, ya que nos aleja de Dios, nos daña a nosotros mismos y a los demás, y nos impide crecer como personas. En lugar de justificarnos, debemos ser conscientes, responsables, humildes y valientes, y así podremos vivir una vida más plena, feliz y armoniosa.