
Hay una palabra más fuerte que la de libertad, y ésta es conciencia. Desde el principio de la civilización ha sido reconocido el poder de esta palabra.
Menandro, el poeta griego que vivía trescientos años antes que Jesucristo, lo reconocía debidamente. En nuestro propio pecho, decía, tenemos un Dios; nuestra conciencia. En otra parte dice: No es vivir, vivir para sí mismo.
Cuando hagáis lo que es sagrado, hacedlo alegremente, sabiendo que Dios mismo toma parte con legitimo valor. Un corazón generoso es la gran cosa que necesita el hombre.
La conciencia es aquella facultad peculiar del alma que pudiera llamarse el instinto religioso. Revelase primeramente cuando notamos la lucha en nosotros mismos entre una naturaleza elevada y una baja el espíritu batallando contra la carne del buen esfuerzo para el dominio sobre el mal. Dirigid la vista adonde queráis, en la Iglesia o fuera de la Iglesia, siempre continúa la misma lucha, guerra a vida o muerte; hombres y mujeres atormentados por la inquietud, porque aman el bien y no pueden alcanzarlo aún.
Donde no existe el reconocimiento de la ley divina hay malos actos
Donde no existe ese reconocimiento de la ley divina, obran los hombres obedeciendo a los sentidos, a la pasión, al egoísmo. Al entregarse a cualquier inclinación viciosa saben que obran mal. La ley de la naturaleza clama contra ellos. Saben que su acción ha sido voluntaria y pecaminosa; pero se ha debilitado su poder para resistir en lo futuro. Su voluntad ha perdido fuerza; y otra vez cuando se presente la tentación será menor la resistencia. Entonces se forma el hábito. El castigo de cada hecho está en que, aumentando constantemente produce el mal.
Pero la conciencia no está muerta. No podremos cavar una sepultura y decirle que permanezca allí. Podremos pisotearla, pero seguirá viviendo. Cada pecado o crimen tiene su ángel vengador en el momento de su perpetración. No podemos cerrar nuestros ojos a ella, o tapar nuestros oídos. La conciencia es la que nos hace a todos cobardes. Llega un día del juicio, aun en este mundo, y entonces se nos presenta erguida, confrontándonos, y aconsejándonos que volvamos a la vida buena y honrada.
La conciencia es permanente y universal. Es la esencia misma del carácter individual. Da al hombre el dominio de sí mismo, el poder para resistir a las tentaciones y despreciarlas. Todo hombre está obligado a desarrollar su individualidad, a esforzarse en encontrar el verdadero camino de la vida y marchar sobre él. Tiene la voluntad para hacerlo así, tiene el poder para ser él mismo y no el eco de otro, ni el reflejo de bajas condiciones, ni el espíritu de convenciones corrientes. La verdadera virilidad procede del dominio sobre sí mismo, de la sujeción de las facultades inferiores para levantarse a las más elevadas condiciones de nuestro ser.
Únicamente la conciencia es la que eleva al hombre dándole libertad
La única práctica comprensiva y sostenida del dominio sobre sí mismo se adquiere por medio del ascendiente de la conciencia, en el sentido del deber cumplido. Únicamente la conciencia es la que eleva al hombre, libertándole del dominio de sus propias pasiones y tendencias. Le coloca en consonancia con los mejores intereses de su especie. La fuente más verdadera de gozo se encuentra en las sendas del deber. La fruición vendrá como el espontáneo dulcificante del trabajo, y coronará toda obra justa.
En su más completo desarrollo incita a los hombres a hacer todo aquello que los hace felices en el sentido más elevado los reprime para que no hagan aquello que los hace desgraciados. Hay pocos pueblos, entre los civilizados, o ninguno dice Herbert Spencer, que no convengan en que el bienestar humano esté conforme con la voluntad divina. La doctrina enseñada por todos nuestros maestros religiosos; está aceptada por todo escritor moralista; debemos, pues, considerarla, si temor alguno, como una verdad admitida.
Sin conciencia no puede tener el hombre ningún principio más elevado de acción que el placer. Hace lo que más le place, ya sea sensualismo o siquiera goce intelectualmente sensual. No hemos venido al mundo para seguir nuestra propia inclinación, disfrutar solamente en la satisfacción propia. Toda la constitución de la naturaleza obra contra esta idea de la vida. El espíritu jamás debiera estar sujeto a las partes menos nobles de nuestra naturaleza. No puede haber ningún dominio sobre sí mismo, excepto aquel que puede ser necesario para evitar las consecuencias de la ley humana.
La justicia es el esplendor de la virtud y la benevolencia, su compañera
Una raza constituida así, con inteligencia y pasiones tales como las que posee el hombre, y sin la influencia eminente de la conciencia para gobernar sus acciones, quedaría bien pronto entregada a una completa anarquía, y terminaría en una destrucción mutua. En parte vemos ya los resultados en el loco desenfreno en la vida humana que recientemente ha prevalecido entre los nihilistas de Alemania y de Rusia, y el fuego y la destrucción de la guerra de los comunistas en París. Predominando un principio semejante en toda la sociedad, sólo podría conducir a la más completa desmoralización individual, nacional y social.
El único método que queda es el de mandar que vuelvan los hombres a su sentimiento del deber. La tarea de nuestros padres fue la de conquistar el derecho: sea la tarea de esta generación enseñar y propagar el deber. Haced justicia también: la justicia, que es el esplendor de la virtud y la benevolencia, su compañera.
Hay una sentencia en los Evangelistas, que sin cesar se nos viene a la memoria, y que debiera ser escrita en cada página de todo libro de moral: «Haced a los otros lo que quisierais que os hicieran». En la vida, dice Guillermo de Humboldt, es digno de ser observado especialmente que cuando no estamos ansiosísimos respecto de la felicidad de la desdicha, sino que nos consagramos al cumplimiento estricto y liberal de nuestro deber, viene la felicidad espontáneamente, aún más, hasta surge del medio de una vida de congojas, aflicciones y privaciones.
El mejor gobierno es el que nos enseña a gobernarnos a nosotros mismos
¿Cuál es vuestro deber? pregunta Goethe. Ejecutar los asuntos del día que tenéis delante de vosotros. Pero esto es un estrechísimo punto de vista del deber. ¿Cuál es el mejor gobierno? sigue preguntando. Aquel que nos enseña a gobernarnos a nosotros mismos. Plutarco dijo al emperador Trajano: Haced que vuestro gobierno principie en vuestro propio pecho, y poned el cimiento de él en el dominio de vuestras propias pasiones. Aquí vienen bien las palabras dominio sobre sí mismo, deber y conciencia. Llegará un día, dijo el obispo Hooker, en que tres palabras, pronunciadas con castidad y mansedumbre, recibirán una recompensa mucho más santa que tres mil volúmenes escritos con la desdeñosa agudeza del ingenio.
La vida es de poco mérito, a no ser que esté consagrada por el deber
Hace bien al alma contemplar las acciones hechas por amor, no por propósitos egoístas, sino por deber, misericordia y amante bondad. Hay muchas cosas hechas por amor, que son mil veces mejores que aquellas que se han hecho por dinero. Las primeras inspiran el espíritu de heroísmo y de consagración propia. Las segundas mueren con la donación. Bien poca cosa vale el deber que se compra. El doctor Arnold decía: Considero que es más que toda riqueza, honor, y hasta salud, la amistad debida a las almas nobles, porque llegar a ser uno con los buenos, los generosos y los leales, es ser en cierto modo uno mismo bueno, generoso y leal.
Cada hombre tiene que prestarse un servicio, a sí mismo como individuo, y a aquellos que le rodean. En verdad, la vida es de poco mérito, a no ser que esté consagrada por el deber. Enseñad, pues, esas cualidades, dijo Marco Aurelio Antonino, que están por completo en vuestro poder: la sinceridad, la formalidad, el sufrimiento en el trabajo, la aversión al placer, el contento con vuestra parte y con pocas cosas, la benevolencia, la franqueza y la magnanimidad.
Puede existir el poder intelectual mayor sin que tenga una partícula de magnanimidad. Esta última proviene del más elevado poder del espíritu del hombre, la conciencia; y de la más elevada facultad; la razón, y la aptitud para la fe, aquella por la cual el hombre es capaz de concebir más de lo que los sentidos pueden proveer. Esto es lo que hace del hombre una criatura razonable, algo más, en fin, que un mero animal. Darwin ha dicho con mucha verdad que los móviles de la conciencia, en su relación con el arrepentimiento y los sentimientos del deber, son las diferencias más importantes que separan al hombre del animal.
La materia y sus combinaciones son un misterio como la vida
Se nos invita a creer en la potencia todopoderosa de la materia. Debemos creer solamente en aquello que podemos ver con nuestros ojos y tocar con nuestras manos. No debemos creer sino aquello que comprendamos. ¡Pero cuán poco conocemos y entendemos de un modo absoluto! Sólo vemos la superficie de las cosas como en un vidrio, obscuramente. ¿Cómo puede ayudarnos la materia a entender los misterios de la vida? Absolutamente nada sabemos sobre las causas de la volición, la sensación y la acción mental. Sabemos que existen, pero no las podemos comprender.
Cuando un joven declaró al doctor Parr que no quería creer en nada que no pudiera comprender: Entonces, señor, dijo el doctor, vuestro credo es el más corto de los que profesan todos los hombres que conozco. Pero Sídney Smith dijo algo mejor que esto. En una comida en la Mansión Holland, se proclamó un extranjero como materialista. Al poco rato observó Sídney Smith: ¡Éste es un soufflet muy bueno! Á lo cual el materialista agregó: ¡Oui, Monsieur, il est ravissant! A propósito, replicó Smith con su aplicación abrumadora de costumbre, ¿puedo preguntaros, señor, si creéis en un cocinero?
Debemos creer en mil cosas que no comprendemos. La materia y sus combinaciones son un misterio tan grande como lo es la vida. Mirad a aquellos innumerables y lejanos mundos que giran majestuosamente en sus órbitas determinadas; o a esta tierra en que vivimos, que ejecuta su movimiento diario sobre su propio eje, durante su circuito anual al rededor del sol. ¿Qué comprendemos sobre las causas de esos movimientos? ¿Qué podremos saber jamás sobre ellas, más allá de que son cosas que existen?
El saber, la magnanimidad y la energía son lazos universales
El circuito del sol en los cielos, dice Pascal, vasto como es, es en sí mismo tan sólo un punto delicado cuando se le compara con los circuitos aun más vastos que son ejecuta dos por las estrellas. Más allá del alcance de la vista, este universo no es sino un punto en el dilatado seno de la naturaleza. Sólo podemos pensar en átomos si lo comparamos con la realidad, que es una esfera infinita, cuyo centro está en todas partes y la circunferencia en ninguna.
¿Qué es el hombre en medio de este infinito? Pero existe otra perspectiva no menos sorprendente: es el infinito debajo de él. Dejadle que vea la más pequeña de las cosas que caen al alcance de su observación, una cresa. Tiene miembros, venas, sangre que circula en ellas, y lóbulos en esa sangre, humores y suero. Dentro de la cubierta de este átomo os voy á mostrar no solamente el universo visible, sino hasta la misma inmensidad de la naturaleza. Quien quiera que entregue su mente á pensamientos como éstos se aterrorizará de sí mismo temblando en donde la naturaleza le ha colocado suspendido, por decirlo así, entre lo infinito y la nada. El autor de estas maravillas las comprende, nadie sino él puede hacerlo así.
Confucio enseñaba á sus discípulos que creyeran que la conducta forma las tres cuartas partes de la vida. Ponderad la rectitud y practicad la virtud. El saber, la magnanimidad y la energía son lazos universales. La formalidad, la generosidad del alma, la sinceridad, el celo y la bondad constituyen la virtud perfecta. Estas palabras llegan hasta nosotros como el lejano eco del gran maestro de diez mil siglos. cual le llamaban sus discípulos, el santo y profético sabio Confucio.
Todas las virtudes emanan de la conciencia
Pero todas estas virtudes emanan del maestro, del instructor innato, la conciencia. De este primer principio se derivan todas las reglas de conducta. Nos ordena hacer lo que llamamos justo, y nos prohíbe hacer lo que llamamos injusto. En su completo desarrollo nos ordena que hagamos lo que hace felices á los demás, y nos prohíbe hacer lo que hace desgraciados á nuestros semejantes.
La gran lección que hay que estudiar, es que el hombre debe fortificarse para cumplir con su deber y hacer lo que es justo, buscando su felicidad y la paz interna en cosas que no se las puedan quitar. La conciencia es el combate por el cual conseguimos el dominio sobre nuestros propios defectos. Es una labor silenciosa en el hombre interno, con la cual prueba su poder peculiar de la voluntad y del espíritu de Dios.