
Estamos viviendo una época de la historia del hombre, en muchos aspectos extraordinaria. En realidad, todas las épocas tienen algo de especial y diferente de las anteriores, pero en nuestros días se están produciendo situaciones nunca antes vividas y es por ello que debemos empezar analizando qué es lo que caracteriza la forma de vivir de nuestro tiempo.
Los grandes inventos del siglo pasado supusieron realmente un cambio en las vidas y la economía de la población, pero su uso, y sobre todo su control, quedaba en manos de pocas personas. Ahora esto no es así, pues si la tecnología no se pone a disposición de la gran masa de población es como si no existiera.
Nos gustan los adelantos tecnológicos pues nos hacen la vida más fácil y así nos hemos acostumbrado tanto a esperar que el progreso nos facilite las cosas, que, a la madre de todos esos inventos, es decir la ciencia, la hemos entronizado, casi divinizado, esperando todo de ella.
Sin embargo, algo falla en todo este montaje tan práctico. Así unido a todo lo bueno que se ha dicho, vemos que el ser humano, a nivel individual, parece cada vez más débil.
El hombre del siglo pasado, que calificaría de irreal los avances de la ciencia, y la existencia de coberturas sociales como las descritas. También consideraría irreal el hecho de vivir en una sociedad que, teniendo tanto, tenga problemas como los de nuestra época. Depresiones, familias rotas por divorcios, alta tasa de suicidios, etc.
A todo lo bueno ya dicho se le une la soledad más grande que el hombre ha vivido desde su existencia. Incluso las nuevas tecnologías responden a esta nueva tendencia de soledad humana. Por internet puedo tener amigos en un chat a los que nunca haya visto la cara. Incluso puedo pedir mis compras al tendero sin ni siquiera ver su rostro, ni el aspecto de lo que compro. Todo para mantener mi soledad disfrazada, en este caso, de comodidad.