
Se nos repite desde pequeños que tendríamos que aprender de nuestros propios errores, pero ¿cómo vamos a aprender de nuestras equivocaciones si no admitimos nunca, o rara vez, que nos hemos equivocado?
Ahora resulta que el cerebro enfrentado a un discurso disonante puede bloquear hasta inhibirlos a determinados circuitos cerebrales para que no molesten.
No sabíamos cómo funcionan nuestros mecanismos de decisión. Ignorábamos lo que nos mueve por dentro.
Los seres humanos tuvimos que aprender y entrenarnos para sobrevivir en un mundo de probabilidades en lugar de certezas, cuando no nos habíamos acostumbrado todavía a haber perdido nuestro hogar, a no tener domicilio fijo. Fue, con toda seguridad, el primer descubrimiento de la revolución científica que trastocó profundamente la manera de pensar de los fieles en el Renacimiento.



