
Culturalmente a las mujeres se nos ha lavado el cerebro haciéndonos creer que para ser «buenas» tenemos que anteponer las necesidades de todos los demás a las nuestras.
Muchas hemos vivido cumpliendo las obligaciones impuestas por lo que deberíamos ser en lugar de atenernos a la realidad de lo que realmente somos.
Hay muchísimas mujeres que van por la vida con un profundo resentimiento porque se sienten obligadas a servir a los demás. Con razón tantas mujeres están agotadas.
Las que trabajan suelen tener dos trabajos a jornada completa: uno en la oficina y otro que empieza en cuanto llegan a casa: atender a la familia. El sacrificio de uno mismo mata a quien hace el sacrificio.