
Leer a Dewey a principios del siglo XXI supone romper el cerco; salirse del circuito cerrado que en las últimas décadas se ha impuesto en el campo de la estética y la teoría de las artes.
Las teorías hegemónicas, sobre todo en el contexto norteamericano, han funcionado como «teorías-envoltura» que pretenden presentar transparentemente; contener y conservar su objeto, sin cuestionarlo ni considerarlo en una dimensión evaluativa.
Con ello se consigue quizás una buena descripción de la situación de hecho y se renuncia por completo a indagar las hondas implicaciones antropológicas; sociales y políticas de las prácticas artísticas en tanto tales, aun de las más autónomas.
Este libro no engarza pues, y bueno es avisarlo; con ninguna de esas tradiciones hegemónicas en el dominio de la estética y la teoría de las artes. Se trata de un libro extraño.
No podemos limitamos a clasificarlo como una estética pragmatista sin más; cuando es obvio que el holismo y el organicismo que Dewey ar denomino «autonomía relativa» y para ello tuvo que aludir críticamente, como hacemos ahora nosotros, al trabajo de Dewey.
Cuando los objetos artísticos se separan tanto de las condiciones que los originan, como de su operación en la expenencía se levanta un muro a su alrededor que vuelve opaca su significación general, de la cual trata la teoría estética,
El arte se remite a un reino separado, que aparece por completo desvinculado de los materiales y aspiraciones de todas las otras formas del esfuerzo humano; de sus padecimientos y logros, En esta tesitura, se impone una primera tarea para el que pretende escribir sobre la filosofía de las bellas artes.
Jordi Claramonte.



