
El autor concibe en este libro un proyecto audaz y esclarecedor sobre una experiencia que hasta ahora todos creíamos personal e inefable: el enamoramiento.
El enamoramiento, que el autor entiende como un estado naciente, un acontecimiento que señala el inicio de un movimiento de a dos, se revela como una fuerza avasalladora y singular que guarda semejanza con las que mueven el mundo.
Según una idea muy difundida, la diferencia entre la sexualidad humana y la animal reside en que, el animal es cíclica, aparece de manera explosiva en la estación de los amores y luego desaparece.
En el hombre, en cambio, suele decirse, el deseo sexual es algo continuo, siempre presente y si no se manifiesta con intensidad es porque se halla reprimido.
La sexualidad se coloca al mismo nivel que otras necesidades, tales como el sueño o la comida, algo siempre presente en cantidades casi constantes, día tras día. Esta concepción se ha difundido con la vulgarización del psicoanálisis.
Los hombres y mujeres tienen períodos de su vida en los que la experiencia sexual es frecuente, intensa, extraordinaria y exultante y desearían que siempre fuera así. Estos períodos extraordinarios se toman como patrón de la sexualidad cotidiana, ordinaria, que se mide en las investigaciones demoscópicas y que es la que vivimos casi habitualmente.
Si reflexionamos sobre el hecho de que todos hemos experimentado breves períodos de sexualidad extraordinaria y largos períodos de sexualidad ordinaria deberíamos concluir que, en realidad, también en el hombre la sexualidad no es algo continuado como comer y beber.
Es más bien algo que existe siempre, como las otras necesidades, en su forma ordinaria, y que asume una forma y una intensidad totalmente diferente, extraordinaria, en ciertos períodos: los del amor.
En el hombre no existe un ciclo biológico de la sexualidad. En él, como en los animales, la sexualidad es discontinua y se presenta en toda su magnificencia sólo en los períodos del amor. En estos períodos la sexualidad es algo inagotable y, sin embargo, llega a extinguirse por completo.
En esos períodos vivimos días y días abrazados permanentemente a la persona amada y no sólo no tenemos en cuenta las relaciones sexuales y su duración, sino que cada mirada, cada contacto, cada pensamiento dirigido al amado tiene una intensidad erótica cien, mil veces superior a la de una relación sexual común.
