
La filosofía responde a la necesidad de formarnos una concepción unitaria y total del mundo, y de la vida, y como consecuencia de esa concepción, un sentimiento que engendre una actitud íntima y hasta una acción. Pero resulta que ese sentimiento, en vez de ser consecuencia de aquella concepción, es causa de ella.
Nuestra filosofía, esto es, nuestro modo de comprender o de no comprender el mundo y la vida, brota de nuestro sentimiento respecto a la vida misma. Y esta, como todo lo afectivo, tiene raíces subconscientes e inconscientes.
Quien lea con atención y sin anteojeras la Crítica de la razón práctica. Verá que, en rigor, se deduce en ella la existencia de Dios de la inmortalidad del alma, y no está de aquella.
El imperativo categórico nos lleva a un postulado moral que exige a su vez, en el orden teológico, o más bien escatológico, la inmortalidad del alma, y para sustentar esta inmortalidad aparece Dios. Todo lo demás es escamoteo de profesional de la filosofía.
En cada momento de nuestra vida tenemos un propósito, y a él conspira la sinergia de nuestras acciones. Aunque al momento siguiente cambiemos de propósito. Y es en cierto sentido un hombre tanto más hombre, cuanto más unitaria sea su acción. Hay quien en su vida toda no persigue sino un solo propósito, sea el que fuere.
La memoria es la base de la personalidad individual, así como la tradición lo es de la personalidad colectiva de un pueblo. Se vive en el recuerdo y por el recuerdo. Y nuestra vida espiritual no es, en el fondo, sino el esfuerzo de nuestro recuerdo por perseverar. Por hacerse esperanza, el esfuerzo de nuestro pasado por hacerse porvenir.
Más de una vez se ha dicho que todo hombre desgraciado prefiere ser el que es, aun con sus desgracias, a ser otro sin ellas. Y es que los hombres desgraciados, cuando conservan la sanidad en su desgracia. Es decir, cuando se esfuerzan por perseverar en su ser, prefieren la desgracia a la no existencia.
Cierto es que se da en ciertos individuos eso que se llama un cambio de personalidad; pero eso es un caso patológico. Y como tal lo estudian los alienistas.
En esos cambios de personalidad, la memoria, base de la conciencia, se arruina por completo, y sólo le queda al pobre paciente, como substrato de continuidad individual -ya que no personal-, el organismo físico.



