
El miedo es una experiencia universal; lo sienten hasta los insectos más pequeños. Cuando vamos chapoteando entre los charcos que quedan tras la bajada de la marea y acercamos el dedo a los cuerpos suaves y abiertos de las anémonas, podemos ver cómo se cierran. Lo mismo les ocurre espontáneamente a todos los demás animales.
Sentir miedo cuando nos enfrentamos a lo desconocido no es algo terrible; más bien es una parte integral del hecho de estar vivos y que todos compartimos. Reaccionamos ante la posibilidad de encontrarnos con la soledad, con la muerte, ante la posibilidad de no tener nada a lo que agarrarnos. El miedo es una reacción natural al acercarse a la verdad.
Pero si nos comprometemos a quedarnos donde estamos nuestra experiencia se vuelve muy vivida; las cosas se ven muy claras cuando no hay escape posible.
La próxima vez que te encuentres con el miedo, considérate afortunado. Aquí es donde el coraje entra en escena. Generalmente, pensamos que la gente valiente no tiene miedo, pero la verdad es que conocen el miedo íntimamente.
La vida es un buen maestro y un buen amigo. Con sólo que podamos darnos cuenta de ello, vemos que las cosas están siempre en transición…