
La mayoría de las grandes religiones y filosofías han puesto de relieve la importancia del desarrollo de la mente, mas ninguna lo ha hecho tan a fondo como el budismo, donde esta actividad no sólo ocupa un primer lugar entre los quehaceres del discípulo estudioso.
Tal actitud es de sentido común, pues no cabe duda de que sólo en una mente del todo desarrollada y purificada pueden apagarse las llamas de la ira, la concupiscencia y la ilusión, y sólo en ella también puede eliminarse la causa del dolor.
No es necesario haber alcanzado la perfección ética para ponerse a meditar, ya que sólo la meditación puede proporcionar la sabiduría y fuerza indispensables para dedicarse a la propia purificación.
La conciencia puede funcionar en cualquier nivel donde disponga de un instrumento. La mayor parte de los hombres viven en el plano de sus emociones o, a lo sumo, de su mente inferior.
La meditación se eleva el nivel de la conciencia, que alcanza primero la mente superior, sede de los pensamientos e ideales abstractos, y luego, en ráfagas de satori, como lo llama el budismo Zen, paulatinamente remplazadas por un estado continuo, el plano de la intuición o Conocimiento Puro, donde la reflexión no es ya necesaria y donde el cognoscente se identifica con lo que conoce, formando un solo todo. Desde este punto de vista, la técnica de la meditación podría llamarse cultivo de la conciencia.