
Nadie nace predeterminado a ser sumiso, esto se aprende de forma paulatina, sin darse cuenta. No es una cuestión biológica ni hereditaria, es un comportamiento aprendido y por lo tanto modificable.
Hemos descubierto que si decidimos aceptar la manipulación de los demás no seremos recriminadose incluso podríamos ser reforzados por tal sumisión, y que por el contrario si decidimos defender nuestros derechos legítimos, la situación producirá altos niveles de ansiedad, desaprobación o culpa.
Así, poco a poco, muchas personas van desarrollando un repertorio aparentemente adaptativo pero en realidad se van convirtiendo en “marionetas humanas” que pierden uno de los valores más importantes del ser: la dignidad.
muchos individuos se habitúan tanto a la explotación y al abuso que ya no pueden procesar adecuadamente la realidad en la que viven. En estos casos, “darse cuenta” de la manipulación es un requisito imprescindible para cualquier entrenamiento asertivo posterior.
El sujeto inasertivo se acostumbra tanto a las injusticias de los otros que ya no siente malestar e inclusive puede llegar a percibir estos atropellos como normales.
Nuestros principios se resisten a que seamos sumisos
Muchos ejemplos de la vida cotidiana confirman lo anterior: una mujer puede justificar el maltrato de su esposo afirmando: Él es así, ésa es su manera de ser, o un empleado aceptar la agresión de su jefe afirmando: Él busca que todo funcione bien en la empresa.
En cada uno de nosotros hay un sistema de principios en el que el “yo” se niega a rendir pleitesía y se rebela. No sabemos cómo surge, pero en ocasiones, aunque el miedo se oponga y el peligro arrecie; una fuerza desconocida tira de la conciencia y nos pone justo en el límite de lo que no es negociable y no queremos ni podemos aceptar. No lo aprendimos en la escuela, ni lo vimos necesariamente en nuestros progenitores, pero ahí está, como una muralla silenciosa marcando el confín de lo que no debe traspasarse.
Tenemos la capacidad de indignarnos cuando alguien viola nuestros derechos o somos víctimas de la humillación, la explotación o el maltrato. Poseemos la increíble cualidad de reaccionar más allá de la biología y enfurecernos cuando nuestros códigos éticos se ven vapuleados. La cólera ante la injusticia se llama indignación.
Cuando una mujer decide hacerle frente a los insultos de su marido, un adolescente expresa su desacuerdo ante un castigo que considera injusto; o un hombre exige respeto por la actitud agresiva de su jefe hay un acto de dignidad personal que engrandece. Cuando cuestionamos la conducta desleal de un amigo; o nos resistimos a la manipulación de los oportunistas, no estamos alimentando el ego sino reforzando la condición humana.
Por desgracia no siempre somos capaces de actuar de este modo. En muchas ocasiones decimos “sí”, cuando queremos decir “no”, o nos sometemos a situaciones indecorosas y a personas francamente abusivas, pudiendo evitarlas.
Las personas asertivas son más seguras de sí mismas
Cada vez que agachamos la cabeza, nos sometemos o accedemos a peticiones irracionales, le damos un duro golpe a la autoestima, nos flagelamos. Y aunque salgamos bien librados por el momento logrando disminuir la adrenalina, y la incomodidad que genera la ansiedad, nos queda el sinsabor de la derrota, la vergüenza de haber traspasado la barrera del pundonor la autoculpa de ser un traidor de las propias causas; ni siquiera los reproches posteriores, los haraquiri nocturnos y las promesas de que nunca volverá a ocurrir, nos liberan de esa punzante sensación de fracaso moral.
Entre el extremo nocivo de los que piensan que el fin justifica los medios y la queja plañidera de los que son incapaces de manifestar sus sentimientos y pensamientos, está la opción de la asertividad: una forma de moderación enfática, similar al camino del medio que promulgaron Buda y Aristóteles, en el que se integra constructivamente la tenacidad de quienes pretenden alcanzar sus metas con la disposición a respetar y autorrespetarse.
Una persona es asertiva cuando es capaz de ejercer y/o defender sus derechos personales, como por ejemplo, decir “no”, expresar desacuerdos, dar una opinión contraria y/o expresar sentimientos negativos sin dejarse manipular, como hace el sumiso, y sin manipular ni violar los derechos de los demás, como hace el agresivo.
La asertividad es libertad emocional y de expresión, es una manera de descongestionar nuestro sistema de procesamiento y hacerlo más ágil y efectivo. Las personas que practican la conducta asertiva son más seguras de sí mismas, más tranquilas a la hora de amar más transparentes y fluidas; en la comunicación, además, no necesitan recurrir tanto al perdón porque al ser honestas y directas impiden que el resentimiento eche raíces.
Examinar los pensamientos crea una actitud saludable
Hay una zona intermedia entre la sumisión obsecuente y la agresión enfermiza; en la que se realza la verdadera capacidad humana de reconocerse individual sin ser individualista, de cuidarse a sí mismo sin descuidar a los demás y de crear salud mental aprendiendo a expresar adecuadamente lo que se piensa y siente.
los individuos sumisos suelen mostrar miedo y ansiedad, rabia contenida, culpa real o anticipada, sentimientos de minusvalía y depresión. La conducta externa es opacada, poco expresiva, con bloqueos frecuentes, repleta de circunloquios, postergaciones y rodeos de todo tipo. Incluso pueden actuar de una manera diametralmente opuesta a sus convicciones e intereses con tal de no contrariar a los otros. Su comportamiento hace que la gente aprovechada no los respete.
Explorar nuestros pensamientos y someterlos al exhaustivo examen de los hechos va creando una actitud saludable, antidogmática y abierta al mundo. Sin la curiosidad experimental de saber qué tan lejos o cerca estamos de la verdad, seguiremos aferrándonos a la superstición y amparándonos en la irracionalidad. El principio de la exposición activa: «Retar el miedo».
El conocimiento, el saber, la razón y la lógica pueden aminorar algunos miedos y eliminar otros de manera radical, sin embargo, no proporcionan necesariamente coraje. La valentía es una actitud, como decía Descartes, que tiene bastante de pasional.
No podemos vivir sin arrojo, lo necesitamos para amar, para llorar, para gritar, para defendernos, para renunciar, para combatir, para decir no, para ser feliz, y para mil cosas más. El coraje es el motor de la existencia digna.
El héroe no desconoce el miedo
Ser valiente no es ser suicida, sino mezclar pasión y razón para sostenerse un minuto más que los demás en la situación temida. ¡Aguante un segundo más y será condecorado! El héroe no desconoce la adrenalina, la vive intensamente, la soporta hasta alcanzar su meta. No hay heroísmo sin tozudez, y no hay valentía sin esfuerzo.
Debo aceptar mi esencia. En tanto esté vivo soy valioso per se, sin razones ni motivos, no por lo que haga o haya dejado de hacer; tampoco por lo que tenga o haya tenido alguna vez. Mi valía personal radica en mi existencia, no en mis logros. Mis éxitos o fracasos no pueden medir mi valor esencial como ser humano, simplemente porque soy más que eso.
Ni ser sumiso, ni agresivo: asertividad
Decimos que una persona es asertiva cuando es capaz de ejercer y/o defender sus derechos personales, como por ejemplo, decir “no”, expresar desacuerdos, dar una opinión contraria y/o expresar sentimientos negativos sin dejarse manipular, como hace el sumiso, y sin manipular ni violar los
derechos de los demás, como hace el agresivo.
Entre el extremo nocivo de los que piensan que el fin justifica los medios y la queja plañidera de los que son incapaces de manifestar sus sentimientos y pensamientos, está la opción de la asertividad: una forma de moderación enfática, similar al camino del medio que promulgaron Buda
y Aristóteles, donde se integra constructivamente la tenacidad de quienes pretenden alcanzar sus m etas con la disposición a respetar y autorrespetarse.
los individuos sumisos suelen mostrar miedo y ansiedad, rabia contenida, culpa real o anticipada, sentimientos de minusvalía y depresión.
La conducta externa es apocada, poco expresiva, con bloqueos frecuentes, repleta de circunloquios, postergaciones y rodeos de todo tipo. Incluso pueden actuar de una manera diametralmente opuesta a sus convicciones e intereses con tal de no contrariar a los otros. Su comportamiento hace
que la gente aprovechada no los respete.
Es importante destacar que la mayoría de las personas
tiene algo de inasertivo. No es necesario cumplir cada uno
de los criterios técnicos señalados o estar en el extremo del
servilismo para que la dignidad esté fallando.